
Amanecer – La herencia
A simple vista, no me había heredado nada. De hecho, todo lo contrario: su muerte me había endeudado.
Pero para eso están los amigos, ¿no? Para ayudarte con las deudas. Y yo en ese aspecto, estaba hasta el cuello.
Siempre he pensado que lo que más enriquece al ser humano es viajar y, paradójicamente, ¿acaso no son el amor y la muerte los viajes más enriquecedores? Ambos destruyen una parte de ti para crear otra, ambos te arrebatan para dar; ambos, casi a modo de regalo, te revelan el verdadero rostro de quienes te rodean. A veces, los más exuberantes terminan revelándose tacaños: tacaños con su tiempo, tacaños con su empatía, tacaños incluso con las palabras que te dedican cuando más los necesitas; tacaños que morirán en la pobreza de la soledad. Son estas personas con quien no vale la pena volver a viajar.
Por otro lado, están aquellos que en su sencillez, se revelan abundantes; aquellos con los que compartirás mil viajes. Ellos en el tuyo y tú en el de ellos. Aquellos que acompañarán tus crepúsculos hasta contemplar tus albas, aquellos que iluminarán como luciérnagas tus trayectos más obscuros.
De lutos y matrimonios – Parte 3/3
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